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Hoy os venimos a hablar de un tema de actualidad. Antes de comenzar a leer debéis tener en cuenta que es un tema bastante reciente y que la información que hay aún es poca y, cómo descubriréis mientras leéis, se necesita más investigación en el tema. Nosotros queremos enseñaros la importancia de no ver el problema de los antibióticos como algo aislado, sino en el contexto en el que vivimos. Esperamos que os resulte interesante. ¡Comenzamos!
El 11 de marzo de 2020 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaraba el brote del COVID-19, causado por el coronavirus asociado al síndrome respiratorio agudo (SARS-CoV-2), pandemia. Desde aquel momento el mundo ha cambiado y nosotros con él.
¿Qué es el SARS-CoV-2?
En anteriores entradas ya hemos hablado de los virus como una parte importante del mundo de los microorganismos.
Un virus es una partícula de código genético, ADN o ARN, encapsulada en una vesícula de proteínas. Los virus no se pueden replicar por sí solos. Necesitan infectar células y usar los componentes de la célula huésped para hacer copias de sí mismos. A menudo, el virus daña o mata a la célula huésped en el proceso de multiplicación. Los virus se han encontrado en todos los ecosistemas de la Tierra. (Definición del National Human Genome Research Institute).
El SARS-CoV-2 es un virus de la familia de los coronavirus (Coronaviridae). Los coronavirus se denominan así por la apariencia de corona que le da la presencia de las proteínas que lo conforman. Esta compuesto por proteínas en su envoltura y su material genético es ARN.
En el último año el mundo ha dado un vuelco por un microorganismo que apenas alcanza los 120 nm. Pero los virus no se tratan con antibióticos (aunque mucha gente lo crea así y algunas veces se prescriban de forma inadecuada antibióticos contra infecciones como la gripe o para situaciones de prevención). Entonces... ¿Qué tiene el coronavirus que ver con la crisis antibiótica?
COVID-19 y resistencia a antibióticos: ¿se cruzan sus caminos?
La resistencia a antibióticos se colocó en 2020 como una prioridad de la salud global pública. Algunas estimaciones del número de muertes por tuberculosis causada por cepas resistentes estiman que el año pasado murieron un tercio de la cantidad de personas que fallecieron a causa del virus. Teniendo en cuenta de que es una estimación para una infección resistente concreta debemos suponer que que la cantidad total de muertes por infecciones con bacterias resistentes implicadas debe ser mayor. ¿Cuáles son los impactos directos e indirectos del COVID-19? ¿Estamos perdiendo de vista un problema igual de importante mientras intentamos solucionar esta crisis sanitaria?
Ambos problemas están interconectados. Los pacientes infectados con el virus pueden recibir terapia antibiótica por varias razones. Los síntomas víricos pueden parecer una neumonía bacteriana, lo que complica el diagnóstico porque, en la mayoría de los casos, el facultativo no puede esperar horas o días para confirmar el test diagnóstico ya que el paciente necesita un tratamiento urgente. Esto conduce a prescripciones empíricas*, muchas veces en ausencia de la confirmación microbiológica del diagnóstico.
*El tratamiento antibiótico empírico es aquel que se inicia antes de disponer de información completa y/o definitiva sobre la infección que se desea tratar y es, por tanto, un tratamiento de probabilidad.
Además, los pacientes COVID-19 pueden adquirir infecciones secundarias* por bacterias patógenas requiriendo tratamiento antibiótico. Sin embargo, la evidencia sugiere que las tasas de infección secundaria son menores al 20%. La preocupación por infecciones potenciales con patógenos resistentes puede conllevar una prescripción empírica innecesaria de antibióticos de último recurso* a pacientes COVID-19. En áreas donde la resistencia es alta, suelen recomendarse antibióticos como la colistina. Esto puede resultar en efectos adversos más frecuentes y peores resultados clínicos en los pacientes COVID-19. Es importante que los tratamientos se ajusten a la existencia de resistencias para que aquellos pacientes que presenten coinfección no reciban un tratamiento incorrecto que resulte aumente la mortalidad y los costes sanitarios.
*Los antibióticos de último recurso son medicamentos que se utilizan sólo cuando el resto de antibióticos de primera línea han fallado en el paciente. Son antibióticos que aún consiguen luchar contra cepas resistentes (aunque algunos ya comienzan a tener cepas resistentes). Algunos ejemplos son la colistina y la vancomicina.
Se ha visto que hasta un 70% de los pacientes afectados por el virus reciben antibióticos. Esto puede favorecer la aparición de resistencias. Sin embargo, tras sobrevivir al virus, algunos pacientes que presentan daño en los pulmones tienen un riesgo mayor de infección con organismos resistentes. El uso irracional de antibióticos durante la crisis vírica choca con las campañas de concienciación que tratan de enseñar al público que los antibióticos no tratan infecciones víricas. Esto conlleva a que en el futuro próximo los pacientes esperen con más frecuencia antibióticos contra la gripe u otras infecciones virales.
Respecto a la telemedicina, que evita el contacto de doctor y paciente para proteger lo máximo posible a ambos, podría conllevar un aumento en las prescripciones empíricas, muchas de ellas 'por si acaso'. Esto conlleva un uso mayor de antibióticos y no siempre de forma correcta ya que un diagnóstico telemático no es tan fiable y claro como una consulta física que permita, además, tests diagnósticos que avalen el uso del antibiótico o no.
También se han usado fármacos como la cloroquina o hidroxicloroquina (que se usa para el tratamiento de la malaria por el parásito Plasmodium) o como la azitromicina (antibiótico que suele usarse en infecciones bacterianas como el tracoma) en pacientes COVID-19 a pesar de que no se ha demostrado su completa efectividad. Esto puede derivar en la aparición de resistencias en patógenos que esten coinfectando al organismo. Además, los síntomas del COVID a veces pueden confundirse con otras infecciones como la tuberculosis por lo que puede conllevar una prescripción inapropiada, afectando a niveles futuros de resistencia. Un paciente con tuberculosis puede ser rediagnósticado de forma errónea con COVID-19 e interrumpirse de forma errónea su tratamiento.
Por tanto, la COVID-19 puede afectar directa o indirectamente a la resistencia a antibióticos, bien afectando al uso de antibióticos, a la prevención de infecciones o a cambios en el sistema sanitario.
La aparición de test rápidos que diagnóstican el COVID-19 es vital para prevenir el uso de antibióticos. Esto es importante en países de pocos recursos, donde los antibióticos pueden obtenerse sin prescripción médica y donde los test son prioritarios debido a que las vacunas tardan más en llegar a ellos que a los países más ricos.
El COVID-19 también a afectado a la disponibilidad de los antibióticos al interrumpir las cadenas de suministro y la fabricación mundial de antibióticos, conllevando cambios en su uso. El cierre de fronteras ha dificultado el suministro de medicamentos a algunos países donde la mayoría de las medicinas genéricas son importadas. Además, los países fabricantes de antibióticos han visto incrementada la demanda interna y han disminuido las importaciones (ej. India). Los países más afectados son los países con menos recursos que tienen sistemas sanitarios y un control de medicamentos deficientes. La curiosidad en este punto es que la dificultad en el acceso a algunos antibióticos podría reducir las resistencias a estos, mientras que la resistencia a otros más fáciles de obtener podría aumentar.
Por otro lado, las desigualdades provocadas por la pandemia, tanto económicas, de género y raciales, provocan una distribución desigual de la prevalencia y carga de la enfermedad. Esto provoca un acceso desigual a los tratamientos y a un aumento de la mortalidad. No sólo las consecuencias del COVID-19 son más exacerbadas y el impacto económico es mayor en las poblaciones más marginadas y/o pobres sino que estos rasgos sociales influyen negativamente en las resistencias a los antibióticos ya que estas se transmiten con mayor facilidad en contextos económicos pobres, que, con la pandemia, lo son aún más. Esto podría conllevar que algunas poblaciones tengan problemas por una sindemia* de COVID-19 y de resistencias a antibióticos.
*Una sindemia es es la suma de dos o más epidemias concurrentes o secuenciales en una población con interacciones biológicas, que exacerban el pronóstico y carga de la enfermedad.
En los hospitales el riesgo de infecciones se ha incrementado por distintos motivos: la falta de equipos de protección especial, la escasez de personal sanitario suficiente, el cansancio físico y mental que ha conllevado la pandemia, la aparición de hospitales de campaña, el aislamiento prioritario de pacientes COVID-19, el empleo de personal recién graduado y sin más experiencia que el entrenamiento básico, etc.
Por otro lado, en los sistemas sanitarios el virus conlleva la interrupción de tratamientos de largo plazo como los concernientes a la tuberculosis o al VIH. La interrupción de tratamientos y el menor contacto con los pacientes pueden conllevar un uso inapropiado de antibióticos al enviar al paciente a casa con más medicamentos de los habituales para cubrir períodos largos de tiempo. También es peligroso postponer tratamientos o no buscar ayuda sanitaria cuando se necesita por miedo a la pandemia y/o limitación en el sistema sanitario.
El miedo a los hospitales e instalaciones sanitarias ha hecho descender la vacunación global contra otros patógenos. Las vacunas son una herramienta clave para la prevención de infecciones, algunas de ellas son específicas para poblaciones de bacterias resistentes y su utilización permite que se disminuya el uso de antibióticos. Ya nos lo dicen nuestras abuelas: 'Mejor prevenir que curar'. Igual que en el resto de puntos, cuanto más pobre sea el sistema sanitario peor será el impacto del COVID-19 sobre la vacunación.
Pero, ¿son todas las consecuencias del COVID-19 negativas para la resistencia a los antibióticos? No. Si vieramos todo desde un prisma pesimista no podríamos luchar contra ninguno de los problemas sanitarios existentes. La pandemia ha traído a la luz la importancia de los microorganismos y ha arrojado un foco de luz sobre la necesidad de la investigación y el desarrollo. Tal y como se ha dicho durante la pandemia: 'Sin ciencia no hay futuro'. A continuación vamos a enseñaros algunos impactos positivos que la pandemia causa en la resistencia a los antibióticos.
Uno de los comportamientos más comunes que se han instaurado en gran parte de los países es el lavado de manos. Aunque lavarse las manos siempre ha sido importante, no todo el mundo lo hacía de forma frecuente. Debido a la pandemia la conciencia sobre el lavado de manos así como las actitudes de prevención similares (desinfección de superficies, cuidado con los lugares que se tocan, uso de mascarilla) ha aumentado en la población. El aumento de la higiene personal y del saneamiento en ambientes caseros pueden prevenir infecciones bacterianas, no solo víricas. Estos comportamientos instaurados debido a la pandemia suponen un beneficio en la lucha contra las bacterias. Si no hay contagio, no hay necesidad de antibióticos y no hay selección de cepas resistentes.
Otros acontecimientos como las cuarentenas o las medidas de distancia social reducen la oportunidad de transmisión de muchos patógenos, además del COVID-19. La pandemia ha permitido ver como actitudes o costumbres cotidianas pueden causar la transmisión de un patógeno. Por ejemplo, los reportes de gripe han disminuido durante el 2020. Aunque una parte de ellos sea por problemas en la comunicación de infecciones víricas distintas al COVID-19 no puede negarse el hecho de que las mascarillas y la distancia social han supuesto una disminución en los casos. Para reflexionar: ¿cuántos de los que estáis leyendo este post habéis tenido los habituales catarros en el tiempo que llevamos de pandemia? Yo, personalmente, no he pasado ninguno. Ni un sólo catarro a pesar de que antes de la pandemia siempre iba a un par por año. Quizás esto nos sirva para reflexionar sobre lo que haremos cuando la tormenta pase. Sería adecuado seguir respetando las distancias personales así como seguir usando las mascarillas en determinados contextos (por ejemplo, cuando te encuentras malo pero no puedes escapar de tus obligaciones o en lugares con mucha gente).
Otro punto relevante es la disminución en los viajes internacionales. Las restricciones a causa del COVID-19 han implicado la disminución en la transmisión de otros patógenos entre países. En una situación normal, el viajero que iba a un país con altas tasas de resistencia volvía con bacterias colonizadoras que poseían genes de resistencia y que permanecían durante un tiempo. La ausencia de viajes conlleva una reducción en las posibilidades de que unas cepas resistentes diseminen sus genes de resistencia. Aunque no es una medida que pueda mantenerse por razones económicas, resulta de interés para ver como el problema de los antibióticos no es solo local o regional, sino también global.
Aunque hemos hablado de un impacto negativo sobre la vacunación, el COVID-19 también tiene un impacto positivo sobre las vacunas. La pandemia ha puesto un foco de atención sobre las vacunas y ha demostrado la necesidad de vacunarse de infecciones como la gripe, permitiendo que la gente sea más receptiva a la concienciación. Cuánto mayor sea la vacunación, mayor será la prevención frente a enfermedades infecciosas y menor la necesidad de utilizar antibióticos.
Por último, la pandemia ha permitido que la población se haga consciente de la presencia de las enfermedades infecciosas, de su transmisión y de sus consecuencias. Utilizar este incremento de la atención puede ser un empuje para concienciar de la problemática antibiótica.
Podríamos seguir señalando impactos del COVID-19 en la resistencia a los antibióticos, pero se nos haría un post eterno. Sin embargo, si os resulta de interés y nos lo pedís con muchas ganas podríamos hacer una segunda parte sobre el impacto de la pandemia en la investigación antibiótica. ¿Os interesaría? Dejadnos vuestra opinión en los comentarios.
Lo que queda claro es que los caminos de ambas crisis no se cruzan, sino que van de la mano. Es importante no abandonar la lucha de una crisis para paliar la otra. Pero lo más importante es que esta en nuestra mano comportarnos de forma responsable tanto con las medidas contra el virus cómo en la batalla contra las bacterias resistentes.
¿Os unís a la lucha? Seguid atentos al blog y a nuestras redes para aprender cuáles son las actitudes individuales que se necesitan para ello y cómo podéis transmitir el mensaje a vuestros familiares y amigos. Son muy fáciles y sencillas y con cada grano de arena podemos construir un mejor escenario contra las resistencias.
¿Os habíais preguntado por la relación de la pandemia con los antibióticos? ¿Cuántos habéis recibido una prescripción de antibióticos a través de la telemedicina y sin diagnóstico? ¿Que medidas se os ocurren para paliar el impacto del COVID19?
↓↓Cualquier duda o sugerencia en los comentarios↓↓
Autora: María Lorenzo Sánchez.
Bibliografía
Rawson, T. M., Moore, L. S., Castro-Sanchez, E., Charani, E., Davies, F., Satta, G., ... & Holmes, A. H. (2020). COVID-19 and the potential long-term impact on antimicrobial resistance. Journal of antimicrobial chemotherapy, 75(7), 1681-1684.
Knight, G. M., Glover, R. E., McQuaid, C. F., Olaru, I. D., Gallandat, K., Leclerc, Q. J., ... & Chandler, C. I. (2021). Antimicrobial resistance and COVID-19: Intersections and implications. ELife, 10, e64139.
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